Hace poco el Programa Iberoamericano de Cooperación sobre Adultos Mayores, publicó la realidad del cuidado de los ancianos.
Los datos son rotundos: las personas adultas mayores prefieren mayoritariamente (casi el 90% en algunos casos) permanecer en sus hogares cuando precisen de atención para realizar las tareas básicas de la vida diaria.
Permanecer en el hogar supone, en muchos casos, estar en el entorno que conocen y en el que se sienten seguros, rodeados de los recuerdos de toda una vida y de las personas que conocen.
Esto cobra especial importancia cuando las personas adultas mayores se enfrentan a enfermedades (físicas o mentales) que les pueden generar inseguridad, a la que se sumaría la incertidumbre que causa un cambio de residencia.
Tradicionalmente, los adultos permanecían en sus domicilios con los cuidados de sus familiares, la mayoría de mujeres. El envejecimiento demográfico unido a los cambios en la estructura de las familias (incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, falta de reparto de tareas domésticas y de cuidados, familias más reducidas, migraciones, etc.) y a la extensión de un nuevo paradigma en la atención hacen que esta opción no sea viable o deseable en algunos casos.
En esta nueva realidad, los centros residenciales geriátricos aún son una importante alternativa. Estos han mejorado en general en los últimos años y se articulan en torno a la idea de que el adulto mayor, la promoción de su autonomía y el respeto a sus derechos y a su dignidad deben ser el eje del sistema.
Pero los mayores -y la ciudadanía en general cuando se les pregunta acerca del futuro– parece que optan por permanecer en su domicilio, lo que ha fomentado el desarrollo de servicios de atención profesional que los apoyan en sus tareas básicas de higiene, alimentación y vestido, o se encargan de la limpieza del domicilio, de acompañarlos en sus paseos, etc.
Esta atención domiciliaria supone una importante fuente de empleo, con una interesante proyección de futuro si se toma en cuenta el proceso de envejecimiento demográfico.
Además, supone la incorporación al mercado de trabajo fundamentalmente de mujeres con bajos niveles formativos, que tendrían una difícil inclusión en el sistema por otras vías. Todo ello fomenta su inclusión laboral y social, con efectos también sobre sus familias y la cohesión social en general.
Pero los cuidadores profesionales requieren capacitarse previamente en aspectos como movilidad de los mayores, alimentación, etc. Por ello, especialmente, es relevante el apoyo que desde las instituciones de personas adultas mayores de América Latina se da a los cuidados domiciliarios a través de programas de formación.
Las instituciones que participan en el ‘Programa Iberoamericano sobre la Situación de los Adultos Mayores en la Región’ desarrollarán una nueva línea de trabajo sobre la -formación de cuidadores en la que intercambiarán información y experiencias. Estos cursos de capacitación tienen doble importancia de formarlos en las tareas que van a realizar y también les enseñará a cuidarse ellos mismos.